Un cliente que no te quiso comprar y eligió a tu competencia te llama ahora porque el proveedor que escogió le ha defraudado.
Tú acudes a su llamada diligentemente, pero cuando estás frente a él no puedes evitar mostrarle un cierto resentimiento por no haberte elegido a ti cuando tomó su pasada decisión de compra. Y, como no puedes dominar ese deseo de recriminarle aquella decisión, casi sin darte cuenta estás pronunciando una frase que empieza así:
Si hubieras . . . .
¿No te das cuenta de que esa expresión ya no sirve para nada?
¿No te das cuenta de lo irritantes que resultan esas palabras para tu cliente?
¿No te das cuenta de que le estás animando a que busque un proveedor distinto, que no seas ni tú ni el que eligió y que no le ha atendido bien?
Pero, claro, tenías que decir eso, porque tu amor propio quedó herido cuando perdiste aquella venta.
Y no te das cuenta de que emplear ese tipo de expresiones te puede hacer perderla otra vez.